¿Qué es el paso del tiempo para una Institución que lleva 800 años buscando la piedra filosofal a través de la investigación y la docencia, y cuyo avance y prestigio universal debe al revisionismo crítico y constructivo que practica de sí misma y de su gran responsabilidad? Una Universidad que celebra su octavo centenario como asunto de Estado, que recientemente ha recibido la más alta distinción por parte de las Cortes de Castilla y León y cuya trayectoria ha quedado cifrada en la vida y obra de su alma mater –o pater, no tenemos conflicto– Fray Luis de León y en su obra magna: «De los nombres de Cristo».
Fray Luis: Judeoconverso, aspirante a la cátedra de la Biblia, profesor de San Juan de la Cruz y clara víctima del odio teológico por defender el texto hebreo del Antiguo Testamento y oponerse a la edición oficial de la Vulgata por contener hartas falsedades.
De su gran obra probablemente concebida durante su encarcelamiento, tras ser procesado por la Santa Inquisición por esta dura crítica y en concreto por traducir al castellano sin licencia El Cantar de los Cantares (incluido en la liturgia como cántico a María Magdalena), hay mucha leyenda[1] y un exhaustivo estudio que compendia y reúne toda la envergadura de su pensamiento, por lo que hemos preferido hacer bibliomancia o, siguiendo a J. Granger, alquimia literaria con el texto original; es decir, leer la transcripción del texto en romance (castellano antiguo), fuente siempre primaria de conocimiento.
Se nos ha dicho que no hace falta analizar ni justificar las creencias. Disentimos y adoptamos el criticismo de Aquino. Quienes esto defienden condenan a la humanidad a vivir en la sombra. La fe no tiene razones para ser ciega. Aunque ello suponga nuestra perdición, desear e intentar alcanzar el atributo divino de la omnisciencia no es insensato ni mucho menos demoniaco, sino un claro signo y designio de nuestra condición humana. ¿Pecaminosa arrogancia? Cada uno juzgará, pero ahora podemos decirlo con toda la libertad y claridad que hubiera deseado Fray Luis.
Es por eso que hoy queremos hablar con ánimo cristiano y rendir particular homenaje a una institución inmortal cimentada en este gran humanista –verdadero iluminado– al que su instinto de supervivencia le hizo hablar filtrando el miedo de este modo:
«…a los otros, aqueste humor mismo, no sólo les quitaba la voluntad de ser enseñados en estos libros y letras, mas les persuadía también de que ellos las podían saber y entender por sí mismos…
Y que por respeto a su propia inteligencia prosigue así:
… Y así, presumiendo el pueblo de ser maestro y no pudiendo, como convenía serlo los que lo eran o devían de ser, convertíase la luz en tinieblas y, leer las Escripturas al vulgo le era ocasión de concebir muchos y muy perniciosos errores que brotaban y se ivan descubriendo por horas…»
Concluyendo de esta manera:
…”A vosotros es dado conocer el misterio del reyno, pero a los demás en parábolas, para que viéndolo no lo vean y oyéndolo no lo oygan”.
De algunas de las innumerables fazes de Cristo nos habla este buen fraile del s. XVI en su obra: pastor, brazo de Dios, príncipe de la paz, esposo, padre del siglo futuro, etc. Y aunque hemos querido leerlas todas en esta Pascua, confesamos que no hemos podido hacerlo porque sólo una ha trascendido la barrera del sonido y nos ha suscitado traducirla a lenguaje contemporáneo.
Se trata de un nombre que merece nuestra detención puesto que, a pesar de ser sobradamente por todos conocido, quedará siempre por seguir siendo escrutado. Es Camino, el verdadero significado de vida, el significante de destino. Y en lo que respecta al gnóstico, comprendemos que no es necesario declararse en el contrario para defender que, por místico y trascendental que sea el mismo, la duda persistirá. Tal y como nosotras vemos el nuestro, solo podemos argumentar que a día de hoy seguimos sin saber si tenemos un Dios al efecto, pero lo que sí sabemos es que conocemos el miserere y que compartimos el destino de su hijo. El beneficio de la duda agnóstica es que no resta sentido a la necesidad de fe, incluso más allá de la penuria y la desdicha que es cuando solemos acudir a ella. (Tenemos que conseguir la traducción del Rig-veda: himno de la creación y texto sagrado hindú).
Volviendo al camino, si en Occidente ya hablamos en plural es porque pensamos que en nombre de Cristo solo se puede hablar así, con el común, pues todos somos Él. Y si el foco todavía molesta a algunos, si ofendemos con ello sensibilidades, disculpen, pero desde nuestro aquí y ahora su figura se ve mucho más humana que divina.
En cierta ocasión le dijimos a alguien que se aprende más del fracaso que del éxito. Esa persona nos respondió con desacuerdo que se aprende tanto de lo uno como de lo otro. Entonces nos quedamos sin réplica, ya que es una cuestión subjetiva (sólo hay que pensar en el libro de La soledad del triunfo de Rafael Moreno Cereijo), pero ahora, tras haber comprendido las palabras de nuestro libro maestro, a ese alguien le diríamos que no se aprende lo mismo: «Uno sabrá mucho de la ganancia, el otro de la pérdida. Uno no sabrá cómo avanzar y el otro cómo retirarse». Es más, en caso extremo a uno el éxito le impedirá seguir aprendiendo sin por ello dejar de constatar que a veces ganar es perder, al otro, el fracaso sus méritos invalidará y abatido por el rechazo sucumbirá, pero de seguro que adquirirá la humildad necesaria para seguir aprendiendo. Es probable que en su fatalidad ambos degeneren adquiriendo los vicios de cada camino. La soberbia nunca ha sido buena compañía, pero la frustración y la amargura tampoco. ¿De qué sirve la paciencia de la esperanza sin el logro? Todo cabe, y es de suponer que cuando quieran o lleguen a darse cuenta sea demasiado tarde. Hemos oído decir que la vida es un camino de doble sentido y es verdad. Se recorre yendo hacia adelante, pero sólo se comprende hacia atrás. En la segunda vía, ¿hay agonía más trágica que sufrir ese asegurado Juicio Final antes de morir?
Con todo, seguro que si retomáramos la conversación sus argumentos nos sorprenderían e incluso nos convencerían. Sin embargo, creemos que no se trata de convencer, sino de recapacitar el recorrido para discernir el verdadero sentido de nuestro avance y poder mantenernos así en permanente evolución. Y ya que la mayor o menor fortuna depende del comercio que practiquemos, deducimos que el mundo que vería ahora Fray Luis sería un mundo totalmente contaminado por el afán humano. Tan triste y fatuo que se compra o vende todo: integridad, principios, moral, dignidad, inteligencia, espíritu, piel, sensibilidad… El caso es obtener un beneficio particular e inmediato a costa de lo que sea, aunque eso implique matar y morir por ello. Es el camino de la extinción de conciencia, el augurio de un desmesurado egotismo y de un exilio interior con una cruz pesada y mal llevada.
De Él, de Cristo, hemos heredado otros dos caminos: el del héroe y el del santo oculto. Ahora bien, deberíamos preguntarnos quién de los dos somos y en qué grado nos manifestamos como tales, porque podría ser que el héroe fuese el santo y el santo el verdadero héroe o ninguno; que sólo fuésemos príncipes de las tinieblas y ni siquiera eso, que como simples mortales el castigador fuese el realmente castigado, el manipulador, el manipulado o el maldito, por bendito bendecido. Víctimas y verdugos a una vez. Con esta forma de entender la justicia universal no existen los casos de indefensión.
La vida de Los doce césares o El evangelio de Judas… Desde el punto de vista social, solo cabe asumir el ostracismo o aceptar llevar y soportar el collar de madera que exige e impone el Sistema… De nuevo los dos caminos y solo una forma de caminar: a miedos.
Miedo. Siempre es miedo al camino. Lo cierto es que nos guía y domina el miedo. Con toda la prudencia de los hermanos Grimm sirva de protesta.
Es el temor a equivocarnos, la desconfianza en de, la desconfianza en hacia y la desconfianza en nuestra propia fuerza más que en la de los demás, lo que nos paraliza e impide acometer una provechosa, positiva y benéfica actuación en la consecución de nuestros más honrosos objetivos. El pavor a caernos de una cama medianamente confortable es tal que nunca conseguiremos la plenitud existencial deseada por miedo al golpe y sus secuelas. El riesgo a lo desconocido que diría Gordon Brown[2]. En realidad nosotros mismos nos prohibimos la felicidad más confidencial. La libertad no es más que la recompensa de una posible conquista: vencer el miedo. Bajo todo este contexto, ni los buenos seremos tan buenos ni los malos tan malos.
En fin, no hay que ser docto en la materia –la Biblia– para darse cuenta que en nuestros días más que toga se necesita nobleza de capa y espada. Y sospechamos que esto también lo advirtió Fray Luis al intentar comprender el insondable, y ya entonces adulterado por revolucionario y primer anarquista, pensamiento de Cristo.
No sabemos si con ésto la barrera quedó traspasada para ser plenamente comprendidas, pero si no fue así con esta oración es seguro que lograremos concentrar la totalidad de su discurso en el nuestro:
«Universitas orationis».
Estamos vivos por algo, pensemos entonces en lo que verdaderamente significa estar vivo y hablémonos por un instante como tales, como seres vivos, con una deferencia sincera, bien emanada y bien entendida; sin gritarnos ni maldecirnos, sin hipocresía ni descaro. Simplemente con la verdad, sin recriminaciones de juicio y al oído.
Y solo por ello, porque realmente queremos hablarnos al oído, finalicemos puntualizando que una cosa es servir a la causa para que la causa nos sirva a nosotros y otra muy distinta es servirla como lo haría cualquier artista: por amor al arte, por sí misma y, como afirma Wilhelm, «sin codiciar de reojo cosechar algún éxito o beneficio». El arte por el Arte del que tanto hablan los teóricos es una actitud social claramente utópica y aún pendiente de desarrollo.
Es precisamente en tiempos de distopía como estos que la utopía se convierte en el verso de la vida y en esta utopía todos ansiamos contemplar nuestro camino -seguimos con Wilhelm- como una «obra de ejecución sabia y perfectamente cabal». Pero para ello deberemos ser hiperconscientes de lo que deseamos, al menos hasta que sepamos caminar porque, al igual que el conocimiento, un deseo cumplido se puede convertir en nuestra peor pesadilla por haber sido mal expresado, por mal universalizado. Sin meternos también con las comas, lo peor de la sociedad del eufemismo que padecemos es que provoca la duda constante de no saber dónde ubicar exactamente el signo inicial de nuestras exclamaciones e interrogaciones y en qué momento poner punto y final.
Como Fray Luis, no sabemos si hablamos para este siglo o el siguiente, pero intentamos hacerlo con su sencillez y sin falsa modestia, convencidas de que nos dirigimos a un mundo de oyentes que no es que sean mudos sino peor, sordos hacia los dicentes… Así de simple, sin más aclaración que la canción del momento por la recepción de la voz que contiene se resuelve para nosotras, y aunque cueste, el camino.
«Fue precisamente en la madrugada del Viernes Santo que desperté sobresaltada y con el ansia de observarme las manos. Nada en ellas había cambiado salvo la multitud de cruces. Hay dos líneas rotas y paralelas en la palma de mi mano; son las líneas de la vida y del destino, y una que bifurca; la de la cabeza . Por ello siempre sospeché que llegaría el día en que me encontraría en la mayor encrucijada de mi vida. Como así ha ocurrido. De la del corazón no digo nada. Narra exactamente lo que tiene que narrar. Del resto de mi palma, lo siguiente: el fuego, la pasión, sólo arde cuando realmente recibe aliento. Tanto el agua como el sentimiento se nos escapan entre los dedos de las manos si no juntamos ambas palmas y, aunque elevemos nuestros brazos a los cielos e invoquemos el propio nombre de Cristo, la Tierra en su capacidad de materialización solamente nos concederá aquello que por justicia nos merecemos. Queda solo el aire del pensamiento, concentrado en una mirada interceptada y tan vulnerable a los demás elementos que la barrera queda siempre traspasada».
Ningún rey que no sea el de reyes nos convencerá ya de otro camino que en simple oración no se confirme:
Que no nos falte la palabra cuando tengamos que hablar ni el silencio cuando debamos callar.
Que no nos falten fuerzas para vivir ni voluntad para continuar el camino como nos ha enseñado Fray Luis:
Afrontando el miedo sin miedo
con paso firme, pero placentero y descansado, hombros descargados y semblanza afable y digna.
Puntuales en promesas y favores. Nunca acreedores.
Sordos al rencor y la venganza.
Desconocedores del odio.
Ni envidiosos, ni envidiados.
In nomine Christi.
Amén
Desde el más profundo respeto:
Los caminos del Señor son inescrutables, pero intentarlo en verdad es fascinante.
[1] http://www.cervantesvirtual.com/portales/fray_luis_de_leon/autor_apunte
[2] Campo Vidal, M (2018): Eres lo que comunicas. RBA Libros, S.A. Barcelona
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