Luces en la espesura.
DE NUEVO SIN MÁS
Eran las 6 de la mañana. Me levanté totalmente desvelada, me vestí y, sigilosamente, salí del camarote dirigiéndome a cubierta. El fresco de la madrugada me sorprendió sin el abrigo adecuado. No le di importancia. Quería pensar, estar a solas conmigo misma y disfrutar de cada uno de mis pensamientos, puesto que ahora tenía la certeza de que eran míos. Mi único deseo en ese momento era despedir a mi ángel y dar gracias al universo por tan dichoso amanecer.
Esa vez no desperté por desasosiego, sino por impaciencia. Tenía unas ganas tremendas de recuperar el tiempo perdido y vivir el nuevo día con todo el vigor que mi ser me permitía, ahora que sabía que este ser y sentir, tan problemático para Ilan por intenso y para Iván por tenso, era en definitiva lo mejor de mi existencia. Me dirigí a proa. La mar estaba picada. Me aferré al quitamiedos y observé como reventaban las olas ante el avance del barco.
A pocas millas se atisbaban las luces del puerto de Alejandría; como yo, expectantes a un amanecer todavía adormecido. Mis ojos tuvieron que reflejar inmediatamente la belleza del instante, puesto que se encharcaron. A mi memoria llegó entonces el recuerdo de otro mágico despertar: el amanecer de Stonehenge.
Un repentino escalofrío recorrió mi cuerpo y el enmascarado de mi sueño adolescente reapareció…
____
—¿No tienes frío? _Me preguntó …
Continúa …
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