ENTRE DOS MUNDOS
(De nobles y villanos)
Basta mirar con desánimo para anunciar el drama del XXI y presentar toda la fatalidad, el derrotismo y la desesperación de su tragedia. Decirlo con un rostro de ojeada grave y sonrisa eterna sería una contradicción que cortocircuitaría las conexiones de la comunicación más profunda y sincera que puede gestarse entre las almas, estén experimentadas o no. El alma, sabia desde su más tierna infancia, solo conoce un lenguaje: la verdad interna.
Por ende, cuando el alma permite que hable su mirada, el pensamiento se estimula, el sentimiento se congela y el instante se eterniza… Nada la cambia. Ni siquiera el paso del tiempo…
Así es nuestra mirada, mamífera, la única que aturde y ensimisma hasta provocar el éxtasis del nirvana, pues solo ella manifiesta con incorruptible pureza y honradez la elocuencia del espíritu que la habita. Ahí reside nuestra mayor grandeza comunicativa.
Ahora bien, si mirar con honestidad es un asunto de dignidad, hacerlo es opcional y competencia exclusivamente personal. Quien ose enarbolar dicha mirada, poseerá en sí la mejor virtud y también la más detestada: NOBLEZA. Un don desgraciado y cada vez más escaso por los muchos que la han usurpado y envidiado.
Con esa franca mirada y el libre albedrío que me asiste intento hablarles.
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