Bitácora_ Epílogo

 M. Elena González R.—

Epílogo
(Hacia un nuevo bitácora, un mañana, un día después:  D, H, X, Z o b)

Nietzsche dijo que  «el fin de todo filosofar es la intuición mística» (la «inteligencia del corazón» de Wanda Tomassi  y Etty Hillesum o «La ciencia de la cruz» de Edith Stein). Más allá de mi conciencia, y   desde mi  corta humildad como «corazón pensante », opino que un testimonio real debe carecer de premeditación y escudos.  Dárselo al mundo, aunque quede como saldo una relativa humillación, implica para mí hablar con veracidad, sin miedo al qué dirán y  sin ocultar ni disimular los hechos por cautela ante el enjuiciamiento de quien lo leyere.  Parto de la base de que un esquizofrénico nunca miente. No  sentimos esa necesidad.

Husserl dijo que «todo arte para conseguirlo consiste en dejar la palabra al ojo del que mira». Si aun así, y a pesar de la dignidad que pueda poseer la mía, todavía alguien por prejuicio o perjuicio se pregunta dónde tengo la vergüenza que no la busque en mi dolor ni en mi franqueza.

Para concluir siguiendo con esta línea argumental y literaria; es decir, utilizando «palabras con cuerpo», tengamos presentes las de María Zambrano en La Confesión: «no es completamente infeliz el que [con nombre propio o pseudónimo] puede contar su propia historia», sea a través del cuento, la poesía, el diario o la novela.