Bitácora_ Prólogo

 

 —M. Elena González R.

LA LETRA OCULTA

(La construcción de un sueño y su deconstrucción racional)

 


In memoriam
En todas y cada una de nuestras vidas hay un cuaderno emparentado con el libro celestial de la vida. El mío es una consecución de pasados inconclusos, cuya persistencia debato sin tregua, fin ni descanso. Un cúmulo de anécdotas, casualidades, acasos y sucesos que parecen indicar que el camino tiene un sentido.

 En todas y cada una de nuestras vidas hay una cartilla emparentada con el libro abisal de la muerte. La mía, la narración de una huida sempiterna. Una lucha sin tregua, fin ni descanso. Un cúmulo de obstáculos, fatalidades, tentaciones y tormentos que entorpecen el camino  e impiden ver con claridad ese sentido.

 En todas y cada una de nuestras vidas hay un libro por hacer que encuentra su paginación arriba o abajo; con todos sus aciertos y desaciertos, este es el mío.


 

Prefacio:

No he querido introducir la esencia del diario que han abierto  sin haberles presentado antes su página más dolorosa: la letra que oculta el nombre de aquel al que en memoria  lo dirijo  por la profunda y extrema añoranza que todavía siento.

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Introducción:

Respondiendo a un poeta 

             Algunos  autores  proyectan  su  pensamiento recreando la biografía de grandes vidas. Otros simplemente imaginan  y  adquieren  popularidad con mayor o menor  resonancia. Yo escribo en  abierto mi autobiografía. Para ustedes  ficción.  Por ínfima que sea mi huella, dejar un rastro digno de mi vida es para mí un imperativo sagrado. No busco fama ni riqueza, pero sí cierta conexión espiritual y algo de complicidad intelectual. 

Si voy a  contarles mi  experiencia tal como ocurrió, y así deseo hacerlo, es porque soy plenamente consciente de que no necesito recurrir a la invención ni mencionar la divinidad para  explicar la trascendencia y  justificar el  interés  de  la misma;  ni siquiera  es preciso otorgarle una factura de nombre universal

Nunca he sentido la necesidad de mentir o engañar. Por eso aquí tampoco lo voy a hacer. Es un  principio que se ha afirmado en mí con esa suprema voluntad consciente que hace visible la vida más simple en el mundo actual, y espero que mi “nudismo literario” impresione el  inconsciente colectivo tanto como impactado ha quedado el mío.

En definitiva, quiero empezar rebatiendo solo en parte la palabra de aquel rapsoda con el que tropecé y decirle que a mí también me gustaría morir  en mi propia justicia, pero con la particularidad de que yo sí preferiría hacerlo sabiendo al fin lo que  en su momento tanto necesité saber.

Yo, Elena.

Soy como ustedes (como tú, como ella y como él), siempre con un libro que leer y una historia que contar.  Nada intercambiaría y a nadie envidio.  Como todos, vivo del cuento y de la fantasía. Me gusta sacarle jugo a la vida y —¿por qué no decirlo?— sentir mi singularidad. Quiero pensar que voy con  los tiempos que corren; ni  listilla ni mojigata. Sin embargo, si tengo que hablar me decanto por el anonimato de la pluralidad, empiezo mis textos por el complemento circunstancial y todavía sigo usando el apelativo formal en el tratamiento con los demás. El resto ya lo descubrirán…

En los libros busco sobre todo sentido de coexistencia. En mis textos sensibilidad y comprensión hacia una trágica  biografía. En ella no hay grandes acontecimientos, pero sí una determinada e inexplicable sucesión de hechos escalofriantes todavía pendientes de entendimiento y clarificación. Espero, que quien de ellos sepa, entienda el impacto y trascendencia con la que han sido vividos y descritos, pues  no me cabe duda ya de que fue la gravedad de  lo que me sucedió, y no  un juicio  atolondrado,  la   que ha  marcado de forma más decisiva la  triste e indefectible intitulación de mi nombre  en la actualidad.

Mis elecciones  bibliográficas nunca se han definido por la calidad de la edición ni por el índice de ventas, sino más bien por lo sugerentes que me hayan resultado los títulos. Si poseo cierta biblioteca se debe  exclusivamente a mi  búsqueda de concordancia contemporánea en la generación de un mensaje  universal que espero no acabe siendo apodíctico:   vivimos  incomunicados y totalmente descentrados de las circunstancias que  operan; sordos o, mejor dicho, indiferentes al silencio tanto como a la palabra. Esa es nuestra desgracia.

Para informar  en verdad  y  transmitir algo más que  egotismo o interés  particular  hay que  comunicarse primero con la verdad y  después  discurrir la voz.  La realidad es que   estamos tan inmersos en nuestra propia ambición e inquietudes que ya no prestamos atención a la virtud de las palabras que elegimos, cuando es precisamente su dicción la que otorga fuerza, claridad, carácter y credibilidad, facilitando con ello la consecución de nuestros objetivos.

Es asunto importante y en este instante debo asegurarme  de que estoy siendo legible e inteligible, que me siguen y comprenden.

Podemos tolerar todo lo que hacemos mal. Sin embargo, no nos perdonamos el juicio errado por mal expresado, pues son las palabras las que nos liberan o mantienen en la prisión del recuerdo.  Un comentario desafortunado genera peor  conciencia que  el pecado menos venial, fatiga la mente y paraliza la acción.  Siendo este mi caso, confío  en haberme  librado, al fin, de esa cárcel. Esa es la verdadera razón de  la expiación que practico en este ejercicio de meditación…   Por otro lado, un contenido intelectual que discurre con exactitud y  ligereza, en cambio, fluye con la misma concreción e intensidad en el universo, y en el plano terrenal se materializa también de forma literal y placentera. Incluso el ordo mundial parece proclamarse en este sentido. Supongo que del uso o abuso de ese poder  los «adivinos» son hiperconscientes.  Si no lo son, deberían serlo y elegir cuidadosamente sus palabras.

En la redacción de este testimonio no ha sido fácil  pronunciarse  con total sinceridad y  menos   aún darlo  de modo tan global. Como tampoco  lo ha sido decidir las palabras, que de forma más sentida y significativa,  puedan atraparles entre las páginas del mismo.  Sería falso, y por mi parte estúpido y prepotente,  si dijera que escribiendo estas líneas yo lo he conseguido. Lo único que puedo asegurar es que vivo en paz gracias a ellas.

Con esto, no estoy sugiriendo que yo «sirva a una estética antes que a una ciencia», simplemente intento incidir en el poder de la palabra sin caer en redundancia o contradicción. Todo —ya lo he dicho— es puro lenguaje, y el mundo que se nos manifiesta, la expresión más explícita y literal del uso que hacemos del mismo.

Recuerdo que, siendo todavía  joven y alocada, un buen día desperté a esta conciencia  y  a Dios recriminé tanta literalidad en la respuesta:
—Si está en nuestros corazones debería entender nuestras peticiones _Cuestioné con arrepentimiento y gran amargura.
No obstante, tendría que alcanzar  la madurez para comprenderlo y  concluir  que se  consigue más eco en base al verbo que al pensamiento. De mi necesidad de confirmación surgió entonces la urgencia de esclarecer  el misterio de esa vía que  deslumbra e impide conocer el poder de la palabra y su secreto para  hacer el mejor uso de él.

La causa está en un único suceso: la noche en que murió mi hermano; un desgraciado desenlace para un sueño que se me repitió desde la infancia hasta su muerte y  en cuya caída yo le empujaba accidentalmente. Esa infausta noche, la más dramática de mi vida, acostada y todavía en vigilia, oí una voz (la primera de las que se sucederían) que con una frialdad aterradora me dijo:
—¡Quieres saber lo que hay aquí y lo vas a saber! 

En la profunda oscuridad del cuarto le descubrí en un tiovivo. Fue entonces cuando sentí el vacío de la nada y tomé conciencia de lo absoluto. Sí, han leído bien.  Aquella noche apenas dormí. La imagen de mi hermano ¿condenado? a dar vueltas en un círculo vicioso, y su voz —si es que era la suya— despegada de todo parentesco, me embargaron por completo el sueño.

Pero no quisiera aclarar la  complejidad que para mí ha entrañado el  infortunado acaecimiento de su deceso sin reiterar  primero y ampliar después lo que han descubierto y afirman los demás.

Puede que el libro que tengamos en la mano no sea más  que un alto en el camino, pero seguro que al leerlo  descubriremos un  particular designio.  No necesitamos, por tanto, consultar una biblioteca entera, sino únicamente saber escoger el ejemplar que contiene las palabras que resuelven el crucigrama existencial.   Una cuestión que parece clara para todos y  de la  que, en suma, pretendo demostrar en este blog todo lo que su  práctica permite constatar.

Estamos programados, y ahora más que nunca, para el estudio y la comunicación. Con todo, seguimos sin conseguir acertar   el lenguaje empleado. Todo depende de la capacidad que poseemos para expresar con exactitud nuestro pensamiento más abstracto. Si fuéramos realmente neutros: veraces, simples y precisos en la palabra  seguro que tomaríamos  de nuevo el pulso al destino y seríamos  por fin dueños y protagonistas de la  historia.

Puesto  que el ejercicio de la libertad de conciencia, palabra y actuación  no debe ser nunca profesado sin arreglo a  todos aquellos con  quienes compite, en mi pequeña historia el libre albedrío no existe. Es siempre colectivo, pues es innegable que unos afectamos el destino de otros.  Como algunos sugieren, «no deberíamos siquiera llamarlo libre voluntad, sino pobre autonomía». No obstante,  este límite no me ha impedido continuar discerniendo el grado real de consciencia  que voy aplicando a la   palabra y asegurarme una  atmósfera de tráfico intelectual y espiritual fluido. Pura matemática y ecología.

En consecuencia, para asegurar un mayor discernimiento  al alcanzado por mí, he resuelto  contar la experiencia con la letra más clara que poseo, haciendo el mejor uso de mi razón y usando el método más básico  y simple que se puede aplicar  a  la vivencia extrasensorial:  el  diario. Contándola intento sanar para no seguir sangrando por/sobre/en los demás.  ¿Qué duda cabe? Practicar ese camino constatando toda su fenomenología resulta apasionante, pero aun con el impulso  recibido  me pregunto si  habré conseguido transmitirlo de modo efectivo. Ustedes dirán.

En fin, como alguien me dijo: si les paso la mochila y esta pesa probablemente necesitemos  su suministro.  Así pues, les insto  a la lectura   y  a tomar en serio mis palabras, y por coherencia desde ahora les pido que no  hagan de mi testimonio un  chiste ni tachen su concepción, estructura o contenido —aunque yo lo haga— o  mi reputación quedará definitivamente arruinada.

Ahora sé lo mismo que ustedes:   el peso metafísico de la vida recae de una forma específica en el verbo y  en su economía.  Seamos entonces prudentes   y honremos  su curso sagrado no prejuzgando ni criticando el mío.  Piensen que en el fondo ambos cuadernos   contienen la sustancia de una vida y su  accidente  más esencial merece respeto.

No se engañen. No voy a  hablar del sexo, peso o beso de los ángeles. Tampoco de la inmortalidad del berberecho. No contaré los secretos de un portafolios por simple veneración y en ningún momento diré  que he visto a Dios. ¡No se me ocurriría semejante osadía!  Únicamente defenderé la verdad —mi verdad— a partir de la sinceridad de mi conciencia,  ahora que soy plenamente consciente de que hay «algo» que escucha y responde a nuestro grito más ahogado en la oscuridad.  Yo lancé el mío en un momento que estaba hambrienta de vida y sedienta de pureza espiritual. Al parecer el mensaje  antes de hundirse en el mar alcanzó el cielo.

A nadie se le escapa que el mundo contemporáneo versiona y traduce a los clásicos. Mi vida, por tanto, no puede ser muy diferente a la de ustedes, pero la «yoización» que practico puede resultar reveladora o cuanto menos expresiva si aceptan como ejemplo el mito de Ícaro y  permiten   que compare mi vuelo con el de este  muchacho.

El símil  para mí no es una nadería.   El laberinto mental en el que me introduje, y que aquí  presento  de forma tan atropellada  todavía, me rescató de  una muerte segura.   Ahora bien,  en mi historia he de hacer una salvedad: si las alas de  Ícaro fueron fabricadas por su padre Dédalo, yo recibí  las propias del mío también, pero con  la diferencia de  haber sido manufacturadas por una  espiritualidad trinitaria  de nombre común: mi abuelo, padre y hermano Domingo.

Por último, no puedo negar que descontaminar mi mundo interior haya supuesto 20 años de  autopsicoanálisis y tratamiento psiquiátrico, pero  lo que sí puedo señalar desde ya es la  prodigiosa recompensa que se obtiene de cualquier  percepción extrasensorial, paranormal si así lo prefieren.  Incluso hoy,  espiritualmente hablando  y  sin considerar el aprendizaje acumulado en tan largo trayecto,  el «contacto» sigue siendo un  regalo de  vida inestimable que continúa abierto y del que por ello me siento plenamente dichosa.

No espero que con la lectura de esta breve recensión les suceda lo mismo. No soy tan ridícula, absurda o creída, pero si publicando vía web el diálogo interno de la «locura» consigo comprobar la unidad de conciencia que persigo, consideraré haber escrito un buen libro. Y desde ahora aviso que su contenido puede agradar o disgustar, pero en ningún caso escandalizar o asustar,  pues por experiencia sé que la vida puede llegar a hacerlo mucho más de lo que yo haya podido contar.

Hechas las  presentaciones, paso a compendiar la «fantasía» de mi vuelo  existencial por lo  sublime  que para mí ha sido levantarlo desde el campo espiritual, moral e intelectual.
Confío en haber ganado –ahora sí– su disposición a penetrar en ambos cuadernos.

La autora,
María Elena González Rodríguez.