Mensaje en una botella: «Odio vs Amo»
MENSAJE EN UNA BOTELLA: ODIO VS AMO (IMAGEN IA)

Mensaje en una botella: «Odio vs Amo»


«Odio»

El miedo, pero mucho más la cobardía.

El dolor. Peor, aún, el sufrimiento.

Odio el concepto de «masas» para definir la humanidad y, en especial, sus ingredientes: el fraude, la impostura y la doble moral.

Odio el resto de sus términos, la invisibilidad de los incomprendidos, la intolerancia de los comunes y la indiferencia de los distinguidos.

Que siempre triunfe la duda ante el engaño y la mentira.

Descubrir  traiciones sepultadas por la hipocresía de amigos cercanos.

Y por supuesto, la indolencia y la envidia.

Odio las entregas a ½ y las ½ verdades del sabio mutilado. 

Las segundas intenciones de los mal intencionados.

La capacidad desaprovechada, la habilidad desatendida, el esfuerzo sin recompensa y la recompensa inmerecida.

La descreencia del hombre en el hombre, la tribu y la familia.

Odio la pérdida de valores y su promesa: la  deshumanización total.

El sometimiento sin beligerancia tanto como el abuso del  poder  despótico y opresivo.

La frivolidad, el cinismo y el nihilismo del mundo desarrollado; su despiadado materialismo y su absoluta desensibilización.

La impotencia del individuo avisado, resignado a cohabitar con barbies y telettubies, sin poder expresar siquiera rechazo e inconformismo.

Odio a los que me enseñan a odiar.

Al que asiente sin oír y al que disiente sin escuchar.

A los vanidosos por vanagloriarse de sus imperfecciones.

A los descreídos por desmerecer el protagonismo de su existencia.

A los egocéntricos por su obsesiva exclusividad a la hora de contemplar un único punto de fuga: el Su-Yo.

Y a los holgazanes porque nunca conocerán la importancia que tiene llamarse Ernesto.

Odio todas y cada una de las miserias humanas. 

La conciencia de lo que digo. 

Mi condición humana. 

Sentirme fiel reflejo y clara víctima de cada uno de mis odios.

Y saber que al final todos acabamos acatando este juego enfermizo.

«Amo».

El contacto con la naturaleza y la información de mis sentidos.

La confianza en la fe y en su contrario: el conocimiento científico.

Las altas pasiones: la pintura, la música, la literatura y todo lo que eleva o expande el espíritu. Algunas bajas también, pero esas las omito.

Amo la concordia de la unión y de la actuación colectiva; la intensidad del sentimiento cuando es puro y compartido y, especialmente, llorar, si cuando lo hago, mi corazón late con los demás.

Amo lo diferente si es auténtico, el estímulo positivo más radical y lo impulsivo por natural.

El grito «revolución», la voz «solución» y el susurro «a mi manera».

Amo la generosidad y sinceridad del corazón afirmado en sí mismo.

Amo a quien me enseña a amar.

Sí. Amo a quien me enseña a amar.

Al que se conserva niño por participar de la estrategia sin arribismo,

a quien se compromete a mejorar los caminos de la paz,

a quien te ayuda a olvidar enseñando a respirar con mayor dignidad

y quien todavía se mantiene  honesto y veraz.

Amo esta toma de consciencia humana.

Una vez más, hablo  de nuestro  estimado contrato social. De él amo sus cláusulas más nobles y odio su letra pequeña, pero solo una cosa adoro y detesto a la vez: el AUTOENGAÑO, puesto que para vivir lo necesito.

¿De verdad merece la pena odiando tanto?

—Sin duda, pertenezco a otro tiempo que no comprende este siglo.

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