LA HUELLA DE LUCY

LA HUELLA DE LUCY.

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Un progreso inconsciente.

Nos ha quedado muy claro que la industria, y ahora más que nunca en connivencia con la I+D, ha sido, es y será la vía de desarrollo convencional en la Sociedad, pero desde un punto de vista ecológico, la alarma medioambiental nos ha mostrado con la mayor crudeza el progreso inconsciente y mal enfocado de nuestro desarrollo industrial y de alguna manera nos está obligando a reaccionar para no hipotecar a las generaciones futuras.

Sabemos que salvar las aguas y mantener verdes los pulmones del planeta son ya junto con la pobreza, el hambre y la paz, las cuestiones más apremiantes del mundo si queremos seguir llamándolo mundo; sin embargo, las cumbres siguen revelándose estériles e infructuosas, y esto a pesar de iniciativas tan notables como la Estrategia acometida por Europa para un Crecimiento Inteligente  y Sostenible, a través del  programa marco de desarrollo: Horizonte 2020.

Un proyecto  en el que se han inscrito los diferentes planes nacionales y autonómicos para aminorar,  entre otros problemas, el impacto de la conversión de la crisis en recesión (deuda y desempleo) y  responder de forma más manifiesta y comprometida a los grandes retos sociales: cambio climático, garantía y calidad de recursos agroalimentarios, salud y cambio demográfico, smartcities y transporte sostenible, investigación  científica y técnica de excelencia, liderazgo industrial y empresarial, talento y su empleabilidad, etc.

Destacamos este  excelente programa porque si es verdad que queremos superar el estadio destructivo que nuestro desarrollo industrial ha provocado sobre el planeta y garantizar un progreso y bienestar, que más que deseado es ya obligado y necesario que practiquemos de un modo consciente, (o lo que es lo mismo, desde un enfoque que contemple todas las vías de desarrollo que hay más allá del avance científico y tecnológico, incluyendo las superestructuras socioculturales), el compromiso debe ser global y tan real como el europeo. Geopolíticamente hablando no hay nada más que decir. Para dar por fin sentido real y verdadero al acrónimo ONU y a su programa de Alianza de civilizaciones  tenemos que tomar primero plena consciencia de la parálisis que el marco de intereses está generando y empezar a actuar ya como especie y no solo como individuo, tribu, pueblo o nación. Vale decir, abandonar los «infras» del siglo XIX y  encarar los «supras» del XXI, como el supranacionalismo.

Pero la pregunta que subyace y que todos nos hacemos en tiempos de crisis es ¿qué factor cifra la evolución?

El Precio de la Inteligencia: la evolución de la mente y sus consecuencias, de Agustí, Bufill y Mosquera (Drakontos/Crítica, Barcelona, 2012), una obra sobre antropología y neurología cognitiva muy recomendable, concluye que los mayores saltos evolutivos se han dado siempre en tiempos de crisis. Únicamente forzados por el medio, sea natural o sociocultural –esto es, cuando se pone en grave riesgo nuestra supervivencia–, reflexionamos y actuamos en consecuencia.

Bajo este contexto, el estudio de estos autores intenta demostrar que enfermedades mentales como el autismo, Alzheimer y la esquizofrenia son el precio que pagamos por una inteligencia desarrollada en exceso, para un cerebro biológico anclado todavía en su estado evolutivo primitivo, es decir, adaptado a un medio donde lo básico era la supervivencia y reproducción y que hace tiempo quedó transformado. Explicándolo mejor, la enfermedad mental, en cualquiera de sus variantes, se plantea como reacción de un cerebro biológico superado y desbordado por nuestro desarrollo sociocultural y tecnológico.

Pero sigamos con la cuestión. Si algo nos caracteriza como especie es que sólo evolucionamos bajo presión y en contextos de crisis. Cambios climáticos tan duros como el de ahora fueron los que suscitaron los saltos más destacados de nuestra evolución. Solo que ahora no se trata de adaptación, transformación o dominio del medio, sino de capacidad para actuar a escala planetaria y rescatar un planeta agonizante.

Es entonces, la propia crisis la que cifra nuestra evolución. Por tanto, estamos con Sandín en que no es nuestra capacidad de adaptación  (una tendencia que solemos manifestar en las situaciones más críticas y que lo único que garantiza es la pervivencia del orden establecido) sino nuestra capacidad de reacción y respuesta frente ella lo que provoca evolución. La palabra sigue siendo pues: « supervivencia» pero ahora con un matiz diferente: con calidad de vida.

Y efectivamente creemos que será así, afrontando la difícil situación que tenemos ahora, como nuestra humanidad conseguirá dar también un salto evolutivo cualitativamente importante y progresar como especie, tras –quién sabe– un nuevo estallido revolucionario, que será anunciado como uno de los más trascendentales por los historiadores más visionarios.  Será solo entonces que nuestro avance sí supondrá un estadio evolutivo más consciente dentro del que los científicos han empezado a llamar: «Antropoceno»¹. Si la entrada se hace por la vía pacífica (acatando un reformismo impuesto desde arriba) o se impone por la revolucionaria (desde abajo), ya se verá…

Un nuevo Estadio evolutivo « el Antropoceno Consciente o Superior»

Su advenimiento será bienvenido por tanto, pues son ya muchos siglos de historia sin desarrollo mental. Y aunque tenemos capacidad cerebral suficiente, lo cierto es que nos hemos obcecado tanto en la física que nos hemos convertido en impedidos psíquicos; capaces de comprender la realidad tangible, pero no la intangible; hábiles y competentes para demostrar el funcionamiento de la naturaleza y hasta corregir su secuencia vital, y suficientemente osados para lanzarnos al espacio, pero no lo suficientemente expeditivos para esclarecer el universo espiritual humano a través de la experiencia existencial y resolver misterios no tan desconocidos como el de la telepatía, el secreto de las conexiones o uniones psíquicas en cualquiera de sus manifestaciones. Una cojera científica y, peor aún, cognitiva que nos impide evolucionar.

Acudimos a Pennac y como él decimos que actuamos como esos que se creen tontos y no se acercan a determinados libros “para siempre privados de esos libros, para siempre sin respuestas y pronto sin preguntas”… Mentalmente ciegos, vitalmente lisiados…

Pennac, D.(1993): Como una novela. Barcelona, Anagrama.

Queremos pensar que entre todos estamos a tiempo de provocar el cambio e iniciar este segundo estadio ecológico de manera que permita el desarrollo de una humanidad aún más auténtica y comprometida.  Entonces, ¿por qué no? Tomemos consciencia de la historia de Lucy  y empecemos ya a corregir su secuencia renqueante. Recuperemos el juicio perdido por esa insana interpretación del «laissez faire, laissez passer» que nos impide asumir o afrontar colectivamente la responsabilidad e imponer a los disidentes un compromiso real y, mientras tanto, olvidemos el miedo y como individuos escarmentados comencemos a alzar nuestras voces, porque aquí no hay ningún país que sepa llevar la batuta de la supervivencia y sí bastantes tocando en la orquesta de la inconsciencia cuando esta es global, la sinfonía es existencial y su sintonía debe ser universal.

Conseguir la armonía acústica no es tan difícil. Solo debemos hacer que nuestros actos sean tan obvios y ejemplares como los de la Naturaleza. Recordar el primate que fuimos y volver a sacralizar las leyes de la vida que rigen el acontecer diario y que nos sincronizan con el biorritmo universal, aunque apenas las vislumbremos o entendamos.

Por decirlo de otro modo, para desarrollar la psique de nuestra especie tenemos que encontrar primero el eslabón perdido de la espiritualidad, pero –claro– eso ya es otra sinfonía… ¿verdad?


¹Merg N. (2018): El secreto de las musas de Terrabís. Ediciones Doce Calles, Aranjuez.

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